jueves, 9 de septiembre de 2010

El deber de los laicos de sostener el culto y la Iglesia en sus obras

Hermanos queridos:
Tengo que hablarles para formar conciencias, las conciencias de ustedes, porque tienen obligación de saber, comprender, asumir y responder a un deber que tienen como comunidad de la Iglesia. Y yo tengo el deber de formarlos en esto.
El sostener el culto de nuestra Iglesia, el sostenerlo económicamente, es un deber de ustedes los laicos, los miembros del pueblo de Dios.
En primer lugar porque nuestro culto católico debe ser sostenido por los católicos, así de simple. No van a sostener nuestro culto ni los evangélicos ni los testigos de Jehová, como nosotros no sostenemos económicamente el de ellos.
Nuestro culto abarca muchas cosas: en primer lugar, la asignación mensual a nuestros ministros ordenados, a nuestros sacerdotes, que tiene que permitirles vivir con dignidad.
En segundo lugar, tiene que sostener los gastos que se producen por las celebraciones: el mantenimiento de los edificios de nuestras parroquias y capillas, los servicios de agua, luz, gas, teléfono parroquial e internet, los elementos necesarios para la liturgia (ornamentos, libros, cantorales, hostias, vino, velas, flores, manteles, etc.), el equipo de sonido necesario, los instrumentos musicales, etc.
En tercer lugar, tiene que sostener todos los gastos administrativos de nuestra secretaría y del obispado por los servicios que se prestan desde el obispado a las parroquias.
En cuarto lugar, tiene que sostener otras obras que se hagan en la parroquia, obras edilicias o de misión, de catequesis o formación, de promoción o de asistencia.
No recibimos ningún subsidio de ningún lado.
Por tanto dependemos como Iglesia -quiero decir como comunidad eclesial que vive su fe, se reúne y celebra, obra y ayuda- de lo que los miembros de esta comunidad eclesial destine de sus bienes para esto.
Tienen el deber de ver los balances, tienen el deber de cuidar que se administre bien, pero tienen el deber de hacerse cargo de todo lo antes dicho para que seamos una Iglesia que cumpla con su deber evangelizador, catequizador, misionero, litúrgico, formador y transformador de nuestro mundo concreto.
La forma de hacer sus aportes puede ser variada, pero tiene que ser responsable. Si lo hacen como ofrenda dentro de la eucaristía tiene que hacerse con la conciencia de que es a Dios a quien se le hace ofrenda -y no debe ser mezquina puesto que Él no es mezquino con nosotros- y esa ofrenda es confiada a la Iglesia, en la persona del párroco y del Consejo de Asuntos Económicos, para que la administren. Dios no necesita el dinero, obviamente, pero sí lo necesita la Iglesia, porque no vive del aire, los servicios no nos los regalan, todo lo tenemos que pagar igual que cualquier familia.
La responsabilidad de ustedes tiene que tener presente que los dones que recibimos de Dios no tienen precio, porque son invaluables, no alcanzaría ni que nos vendiéramos todos nosotros para pagar ningún don de la Gracia de Dios. Por eso es justo que en gratitud a nuestro Dios lo honremos con un culto digno, con obras de caridad dignas, con celebraciones dignas, con una vida eclesial madura, fiel y firme, con nuestros sacerdotes -que dedican su vida a todos- viviendo dignamente con lo que la comunidad eclesial les asigna -según lo establezca el obispo- con suficiencia, donde todas sus necesidades más urgentes sean atendidas.
Las cosas que tienen las parroquias no son propiedad del párroco, sino de toda la Iglesia, son de todos y también son de nadie, quiero decir, que entre todos las cuidamos y no debemos decidir que se nos pierdan o se deterioren por negligencia consciente.
A veces ante una necesidad grande habrá que hacer algún evento que produzca un ingreso de dinero extra, pero si fueran conscientes de que el aporte de ustedes es un deber que debe ser asumido con responsabilidad podríamos llegar a hacer frente a todo sin necesidad de hacer eventos para que ustedes pongan más dinero.
Si le debemos a Dios todo, y estamos convencidos de que Él atenderá con creces a quien es generoso con Él, no tengamos reparo en destinar un parte de nuestros ingresos o de nuestros bienes para ofrecérselos. Cuanto más generosos seamos con Él más generoso será Él con nosotros.
Y esa parte destinada a la ofrenda tiene que ser como la destinada a otros pagos mensuales, ya está destinada para eso y no se toca para otra cosa.
Muchas costumbres de ustedes quizá deben cambiar. Lamentablemente se ve, hasta en muchos católicos, un ansia cada vez más creciente por el juego y esperar que se produzca el «milagro» de vernos favorecidos con las apuestas o los juegos en el casino o la quiniela, incluso se los oye decir que «si ganan van a donar a tal o cual capilla, etc.», como queriendo extorsionar a Dios de que haga ganar el premio. También se da la actitud de poner sólo un billete de dos pesos, o monedas, pudiendo poner más. Eso es como mentir, porque parece que hago ofrenda pero no ofrezco nada. Es una doble mentira porque es mentir frente a la comunidad de que hago ofrenda a Dios, y frente a Dios cuando todos sabemos que pudiendo poner más poner dos pesos es como no dar nada. No así el que no tiene, que muchas veces pone de lo que no tiene, y Dios valora enormemente ese gesto hecho de corazón. El que puede poner más debe poner más. El que tiene más dinero debe poner más dinero para suplir a los que no pueden hacerlo porque no tienen. Y no es contentarse con hacerlo una vez. Hay que ponerse contento de poder cubrir más gastos, porque es un acto de amor a Dios y a la Iglesia el hacerse cargo del sostenimiento del culto. El que puede poner 100 pesos no ponga 10, y menos 2. Ponga 100. Y el que puede poner 200, no ponga 100, porque está mezquinando. Y el que puede poner 1000, ponga 1000, o más si puede. Y hágalo todos los meses que pueda, porque debe hacerlo.
Lo tiene que hacer con el gozo de poder hacerse responsable del sostenimiento de la Iglesia, no sólo como pagando el servicio que pide a la Iglesia. Hacerse responsable del sostenimiento del culto y de las obras de la Iglesia es participar del culto y de las obras de la Iglesia también.
No piense torcidamente de cómo maneja la Iglesia los bienes que se le encomiendan. Si tiene dudas no las alimente, aclárelas. Pregunte al párroco, al Consejo de Asuntos Económicos, entérese, pregunte por qué son así las cosas y sáquese sus dudas, y cuando haya entendido aclare las dudas a otros. La Iglesia no es una empresa que lucra, somos una sociedad muy especial que hace que la comunidad honre y glorifique a Dios con su culto, sus obras, su formación y educación, su manera de actuar y de ayudar.
Si tiene ideas para aportar súmese, comparta esas ideas con el párroco, con el Consejo de Asuntos Económico y lo que decidan los responsables se hará.
Una vez que comprende todo esto eduque a otros a vivirlo, a hacerse también responsables de esto, sobre todo de los miembros de su familia. Cuando vaya en familia al templo, a alguna celebración no divida su ofrenda entre sus hijos o nietos para que ellos vayan a colocarla en la canasta. Vaya usted dando el ejemplo e invítelos a ellos previamente a que sacrificando algo propio también lleven su ofrenda a la celebración para depositarla en el momento que corresponde.
No piense que esto se debe hacer sólo una vez, o cada vez que el sacerdote lo diga o lo pida. Esto tiene que sonar en su conciencia siempre, como un deber ante Dios.
Piense cuántas bendiciones recibirán todos por un culto bien celebrado, por una catequesis bien dada, por las obras de caridad y de misión bien desarrolladas, y piense cuántos pecados suyos serán perdonados por gestos de amor reales, y este deber asumido es verdaderamente un acto de amor concreto y real por Dios y por la gente, a través de la Iglesia.
Hágalo con alegría, con verdadera alegría.
Si le da tristeza dar su ofrenda es que su dinero es dueño de su corazón, y no Dios.
Si busca excusas es que quiere mentir.
Si lo hace hasta sacrificando cosas legítimas entonces su caridad y su generosidad son auténticas.
Si lo hace con responsabilidad entonces su pertenencia al Pueblo de Dios es madura.
Si lo hace siempre es que ha asumido su lugar como hijo de Dios en la familia de la Iglesia, con sus derechos y sus deberes.
Jamás dude que Dios lo tendrá en cuenta.

sábado, 4 de septiembre de 2010

Sabiduría 2

Sab 9, 17-18 ¿Y quién habría conocido tu voluntad si tú mismo no hubieras dado la Sabiduría y enviado desde lo alto tu santo espíritu? Así se enderezaron los caminos de los que están sobre la tierra, así aprendieron los hombres lo que te agrada y, por la Sabiduría, fueron salvados”. 

La sabiduría es un don que hay que pedir. Pero aquí lo menciona con mayúsculas porque quiere decir que es alguien que viene de Dios junto con su santo espíritu. Por la Sabiduría fuimos salvados.
Si bien este texto es anterior a Cristo está profetizando el para qué de la venida de Jesucristo, y nos está invitando a recibir lo que el Maestro nos dirá y el Espíritu nos hará comprender, porque Él es el camino, la verdad y la vida (Jn 14,6).
Aprender no significa enterarse de todas las verdades o misterios como cosas que hubiese que saber, sino aprender a vivir, según el Espíritu de Dios.
San Pablo, muy al modo judío, dirá que el hombre que no se deja conducir por el Espíritu es "carne", sólo "cuerpo", pero el hombre que se deja conducir por el Espíritu, en cambio, es "espíritu" (cf. Rm 8; Ga 5).
Por tanto, para discernir cuál es la voluntad de Dios hay que, entre otras cosas, abrirse a su Espíritu, adherirse a sus inspiraciones, acomodar nuestra voluntad a la suya, dejar de lado el querer manejar nosotros las situaciones, volverse obedientes confiados totalmente en su amoroso querer, aunque nuestra pequeña mente no pueda entenderlo todo.
¿Para qué hay que discernir cuál es la voluntad de Dios? Para seguirla, porque es su voluntad la voluntad soberana sobre todas las voluntades, y su intención es hacer compartir al hombre la inmensidad de su amor y de su gozo para que el hombre sea plenamente feliz. Sólo por amor se puede obrar así como Dios, que crea de la nada haciendo al hombre existir para que el hombre disfrute existir y desarrolle toda su humanidad, aprendiendo a ser cada vez más humano, en sus capacidades y en sus actitudes, y por decisión propia y libre se deje amar por el Creador y quiera recibir de Él la vida plena y eterna en la que se sacian todas nuestras más profundas ansias. 

Sabiduría

Sab 9, 17-18 ¿Y quién habría conocido tu voluntad si tú mismo no hubieras dado la Sabiduría y enviado desde lo alto tu santo espíritu? Así se enderezaron los caminos de los que están sobre la tierra, así aprendieron los hombres lo que te agrada y, por la Sabiduría, fueron salvados.

Estos días se publicó un comentario de Stephen Hawking diciendo que Dios no creó el mundo, que sólo es fruto  de una consecuencia inevitable de las leyes físicas.
Desde este humilde lugar nos atrevemos a manifestar a este gran científico que sigue teniendo una idea equivocada de Dios. Aún no lo conoce personalmente, por lo que parece, y dicho con todo respeto, porque si lo conociera se daría cuenta que Dios supera todo lo que pudiera imaginar, que no cabe en los modelos de nuestra comprensión. Y que sigue siendo maravilloso que las leyes de la física hagan posible el big bang y que el universo surja, pero eso no quita que haya un creador, pero no un primer "empujador" si se nos permite el término, como alguien "dentro y fuera" de este mundo que diera inicio a la primera ley física, y que después se siguieran las demás con sus consecuencias y procesos. Dios no tiene por qué actuar así: cuando Él crea, crea de la nada, hace existir, con todo lo que vamos descubriendo con nuestra humana ciencia que gracias a las capacidades (o si se quiere, a las mismas consecuencias de las leyes físicas) que Él nos dio.
Que crea de la nada significa que no usa nada preexistente, y que da el ser, y por ello da el existir, de todo. Y al crear le da un modo de ser (que aún no hemos dilucidado en muchas cosas del universo creado) propio a cada cosa creada, modo de ser, por otro lado, que no significa un modo inmutable necesariamente.
Ojalá se anime este gran científico a considerar que Dios es más grande que lo que él lo concibe y le pidiera, con confianza, el don de la sabiduría para que descubra que este Dios es un ser personal con el que se puede dialogar, con el que se puede establecer un vínculo de amor, y de quien se puede aprender y contemplar la enormidad de maravillas no sólo de nuestro mundo sino también el de Dios.