Lc 13, 23-24: "Una persona le preguntó: «Señor, ¿es verdad que son pocos los que se salvan?». El respondió: «Traten de entrar por la puerta estrecha, porque les aseguro que muchos querrán entrar y no lo conseguirán»."
La pregunta sobre si son pocos los que se salvan hoy está, y segurá estando, pero con otras formas: ¿Para qué vivir? ¿Por qué no pasar todos los límites? ¿Qué me importa? Y aunque parezcan preguntas que no tienen que ver con la salvación, sí tienen que ver, porque en el fondo buscan el sentido que las cosas tienen que tener. No puede el ser humano vivir sin sentido, porque se desorienta y se pierde y termina destruido.
Una de las formas de reformular hoy esa pregunta de ese hombre en el evangelio podría ser: ¿Son pocos los que encuentran el sentido de la vida?
La respuesta de Jesús, figurada en una puerta, nos llevaría al esfuerzo, a una búsqueda que hay que hacer: Traten de hallar el verdadero sentido de la vida, tal como lo concibió el Padre que los creó. Porque hay que tratar de hallar la respuesta. Quien no halla sentido a la vida corre grave peligro.
Esa búsqueda ya lo adelanta Jesús, no es fácil, porque implica aprender, hay que aprender a entenderse, entender al otro, la vida, las implicancias de todo, especialmente del obrar humano. Todos ansiamos en el fondo eso que llamamos felicidad, pero no es la felicidad una meta, sino un fruto, es decir, como meta es inalcanzable, porque no llegaré a ella sino después de desarrollar mi generosidad, mi respeto por mí mismo y por el otro, por la naturaleza y por la obra del Creador. Después de desarrollar mi capacidad de amar, de obrar el bien, de hacer felices a otros, iré experimentando el gozo de pasar por esta tierra haciendo el bien.
No es lo mismo sentir placer que ser feliz.