viernes, 20 de agosto de 2010

Puerta

Lc 13, 23-24: "Una persona le preguntó: «Señor, ¿es verdad que son pocos los que se salvan?». El respondió: «Traten de entrar por la puerta estrecha, porque les aseguro que muchos querrán entrar y no lo conseguirán»."

La pregunta sobre si son pocos los que se salvan hoy está, y segurá estando, pero con otras formas: ¿Para qué vivir? ¿Por qué no pasar todos los límites? ¿Qué me importa? Y aunque parezcan preguntas que no tienen que ver con la salvación, sí tienen que ver, porque en el fondo buscan el sentido que las cosas tienen que tener. No puede el ser humano vivir sin sentido, porque se desorienta y se pierde y termina destruido.
Una de las formas de reformular hoy esa pregunta de ese hombre en el evangelio podría ser: ¿Son pocos los que encuentran el sentido de la vida?
La respuesta de Jesús, figurada en una puerta, nos llevaría al esfuerzo, a una búsqueda que hay que hacer: Traten de hallar el verdadero sentido de la vida, tal como lo concibió el Padre que los creó. Porque hay que tratar de hallar la respuesta. Quien no halla sentido a la vida corre grave peligro.
Esa búsqueda ya lo adelanta Jesús, no es fácil, porque implica aprender, hay que aprender a entenderse, entender al otro, la vida, las implicancias de todo, especialmente del obrar humano. Todos ansiamos en el fondo eso que llamamos felicidad, pero no es la felicidad una meta, sino un fruto, es decir, como meta es inalcanzable, porque no llegaré a ella sino después de desarrollar mi generosidad, mi respeto por mí mismo y por el otro, por la naturaleza y por la obra del Creador. Después de desarrollar mi capacidad de amar, de obrar el bien, de hacer felices a otros, iré experimentando el gozo de pasar por esta tierra haciendo el bien.
No es lo mismo sentir placer que ser feliz. 

lunes, 9 de agosto de 2010

Usar a Dios

Lc 12, 3-15b: "Uno de la multitud le dijo: «Maestro, dile a mi hermano que comparta conmigo la herencia». Jesús le respondió: «Amigo, ¿quién me ha constituido juez o árbitro entre ustedes?» Después les dijo. «Cuídense de toda avaricia».

"Dios, dile a mi hermano... tal cosa. Dios, haz que el otro me devuelva... tal otra." Esos pedidos o exigencias las hemos oído en muchas personas, exigencia a Dios para que haga la "justicia" que nosotros creemos que es la correcta.

Jesús se planta en una postura de libertad: él no ha sido nombrado para ser árbitro o juez, pero aprovecha el momento como maestro de vida: "Cuídense de toda avaricia". Porque la avaricia es una idolatría, explicará más adelante San Pablo. 

Y sí, la injusticia es en realidad considerar las cosas más importantes que las personas, olvidar de hacer el bien con los bienes, separarse de los hermanos por causa del dinero, perder las perspectiva de lo importante de la vida entera, olvidar que somos administradores de los bienes que Dios nos encomendó y no dueños de los mismos.

Esta palabra nos ilumina también para esos pedidos que hacemos a Dios en cualquier momento donde esperamos que Él haga lo que nosotros queremos. Nos liberaría mucho pedir a Dios que, en vez de que haga que se produzca todo como nosotros lo planeamos y según nuestra conveniencia y valoración, nos haga ver lo que tenemos que ver, para que nos podamos unir a su plan, adherirnos a su proyecto, colaborar con su voluntad.

Él no es un juez que está para hacerme justicia, sino que es el único que me puede hacer justo, si respeto su soberanía sobre mí, si me dejo conducir y enseñar por Él.