sábado, 18 de diciembre de 2010

DIOS-CON-NOSOTROS

 
El paisaje que la humanidad ve hoy por todos lados tiene muchas zonas oscuras. El ser humano hoy pierde muchas veces la dimensión de su propia dignidad golpeado como está por tantas injusticias y atrocidades que muchos poderosos hacen por el afán de ganar dinero.Es duro ver cómo las selvas desaparecen, los glaciares de van derritiendo, la tierra se contamina con la explotación minera que usa contaminante y que paga muy bien a los que se llevan lo extraído de las minas... Es duro ver que la gente tiene que migrar hacia las ciudades en busca de posibilidades de supervivencia porque los sueños de la riqueza inmediata están tan promocionados por la publicidad que pareciera que no tener eso publicitado es motivo para suicidarse, para enloquecer, para abandonar raíces, para abandonar la propia cultura y los lazos y valores familiares, etc... Es duro ver que esos migrantes quedan sin hogar, sin contención, que como no tienen nada para perder toman lo que pueden, por un lugar donde vivir, por un lugar donde enraizarse, por alguna forma de sobrevivir...

Es evidente el silencio que se quiere hacer de todo lo que llame a la conciencia a ser conciente, a la conciencia moral a hacerse cargo con responsabilidad. Se la silencia con mucho ruido, se la oculta detrás de muchos discursos y de muchas palabras, de muchas ideologías y con muchos pretextos. Se grita mucho para que nadie hable. Se dice cualquier cosa para que la verdad no suene. Se sacan los "textos" de sus "contextos" para usarlos como "pretextos" para disfrazar lo que se ha dicho con verdad.

Se insiste en que el hombre es autónomo, que no necesita ni de Dios. Se insiste en llevar a la fe y a la religión al ámbito privado. Se insiste en quitar todo lo que tenga que ver con lo cristiano. Se insiste en vivir como si Dios no estuviera, no exisitiera. Como si Él no estuviera más con nosotros.

Pero Dios está con nosotros. Mal que les pese. Y se muestra de formas que nadie puede imaginar. El contemplador tiene que contemplar para verlo...

Porque de una virgen desconocida para el mundo, en un territorio muy pequeño para el mundo, en un pueblito desconocido para el mundo, en un pesebre más desconocido aún, nació Dios-con-nosotros hecho un bebé, sin que el mundo se percatara de su nacimiento más que aquellos simples, pobres y orantes buscadores de Dios, a quienes el mismo Dios les anunció previa y actualmente la buena noticia, la gran alegría: ¡Les ha nacido el Salvador! Y este signo encontrarán: hallarán a un bebé recién nacido en un pesebre...

Desde esa impresionante pequeñez son realzadas todas las otras pequeñeces, así consideradas por los que se tienen a sí mismos por grandes, por las que Dios se manifiesta con nosotros: las bondades de la Madre y de las madres, de José y de los muchos padres del mundo, las bondades de muchos hijos, de muchos vecinos, de muchos orantes, de muchos simples y pobres, de muchos que se alegran por la noticia de Dios, de muchos que comparten esa noticia y evangelizan, las bondades de los que defienden a los inocentes contra las atrocidades de los temerosos de perder su "poder", las bondades de una naturaleza que vuelve a nacer, se vuelve a adaptar, nos vuelve a regalar sus riquezas para que el ser humano viva... Dios se manifiesta en las comunidades que se dejan guiar por su Espíritu, en los simples y dóciles a su Voluntad amorosa, en los obedientes y fieles al querer del Señor, en los convertidos en verdaderos discípulos en la simplicidad diaria de su vida, en los que pasan haciendo el bien, en los que consuelan, en los que sirven, en los que acompañan a los solos, en los que son honestos y honrados, en los que cuidan el valor de la palabra dada, en los que buscan humilde y honestamente la verdad y la comparten con actitud de servicio y paciencia, en los que educan y reeducan para ayudar a las personas humanas a ser gozosamente humanas, en los que trabajan el campo con la responsabilidad de administrarlo para bien de los que vienen después, de los que hacen las industrias con el fin de mejorar la vida del hombre para que sea más digna, de los que están en la política para servir al bien común, de los que luchan por los que necesitan de verdad, de los que nutren las esperanzas con esperanzas reales, de los que no esconden a Dios al ámbito privado sino que son testigos de su amor y de su bendición aunque les cueste por ellos ser marginados y vilipendiados,... y tanto más.

El que contemple el paisaje actual mire con atención. En algún rinconcito del paisaje aparecerá el signo del Dios-con-nosotros que nunca revoca su decisión de amarnos y salvarnos. Aún hoy. Y por siempre.

Y porque lo veamos, no desesperemos, no dejemos de ser buenas personas, no dejemos que nos quiten nuestros valores, no nos envenenemos con los venenos del mundo de hoy, no nos dejemos arrebatar nuestra fe y nuestra espiritualidad sensata y concreta. Volvámonos creyentes, caminantes detrás del Maestro, hasta que aprendamos a ser sus discípulos misioneros que crecen en la experiencia del amor trinitario del Dios-con-nosotros.

sábado, 4 de diciembre de 2010

¿Convertido?


Mt 3, 1 En aquel tiempo se presentó Juan el Bautista, proclamando en el desierto de Judea: 2 «Conviértanse, porque el Reino de los Cielos está cerca». 3 A él se refería el profeta Isaías cuando dijo: "Una voz grita en el desierto: Preparen el camino del Señor, allanen sus senderos". 4 Juan tenía una túnica de pelos de camello y un cinturón de cuero, y se alimentaba con langostas y miel silvestre. 5 La gente de Jerusalén, de toda la Judea y de toda la región del Jordán iba a su encuentro, 6 y se hacía bautizar por él en las aguas del Jordán, confesando sus pecados. 7 Al ver que muchos fariseos y saduceos se acercaban a recibir su bautismo, Juan les dijo: «Raza de víboras, ¿quién les enseñó a escapar de la ira de Dios que se acerca? 8 Produzcan el fruto de una sincera conversión, 9 y no se contenten con decir: «Tenemos por padre a Abraham». Porque yo les digo que de estas piedras Dios puede hacer surgir hijos de Abraham. 10 El hacha ya está puesta a la raíz de los árboles: el árbol que no produce buen fruto será cortado y arrojado al fuego. 11 Yo los bautizo con agua para que se conviertan; pero aquel que viene detrás de mí es más poderoso que yo, y yo ni siquiera soy digno de quitarle las sandalias. El los bautizará en el Espíritu Santo y en el fuego. 12 Tiene en su mano la horquilla y limpiará su era: recogerá su trigo en el granero y quemará la paja en un fuego inextinguible».

Juan Bautista exhortaba a un cambio de mentalidad, a un cambio de actitudes, a un cambio en el modo de vivir, “porque el Reino de los cielos está cerca”, decía.
La gente de todos lados iba a su encuentro, y se hacía bautizar con agua confesando sus pecados. Su bautismo era de purificación.
El cambio debía ser sincero, no sólo apariencia. Porque el que había de venir trae el don del Espíritu Santo y el don del fuego.
El que había de venir recogerá el trigo y quemará la paja.
¿Y qué encontrará en mí? ¿Trigo o paja? ¿Verdad o apariencia? ¿Sincero cambio o más de lo mismo? ¿Purificación o simple mojadura? ¿Amor que se hace obras o simple devoción exterior? ¿Perdón que reconcilia o rencor que no termina nunca de perdonar? ¿Alegría profunda o superficial? ¿Religión o auténtica fe? ¿Confianza o desconfianza? ¿Esperanza o desesperanza? ¿Ánimo o desánimo? ¿Valentía o cobardía? ¿Fortaleza o debilidad? ¿Que su Palabra es acogida y puesta en práctica prestamente, o sólo es escuchada y olvidada pronto? ¿Práctica o teoría? ¿Actitudes nuevas o viejas prácticas supersticiosas? ¿Amor o temor? ¿Constancia o inconstancia? ¿Entrega o indocilidad? Y la lista de preguntas puede continuar...

Porque lo que no puedo dejar de tener es la determinación de hacer el camino de Jesús, porque de lo contrario haría mi propio camino, y ¿quién me asegura que es el correcto, si Él dijo: Nadie va al Padre sino por mí? Y puesto que el cambio no lo puedo hacer solo, necesito de su Espíritu, para captar la verdad de toda su revelación y enseñanza, para sintonizar con su manera de ser, para imitarlo como Maestro que es, para aprender a vivir como Él.
Este proceso se llama “discipulado”.
El seguimiento de Jesús me interpela, me cuestiona en mi manera de vivir. Porque no puedo tener una relación con Jesús de tipo devocional, individual, Él y yo, para mí. Eso no es lo que Él quiere. Él quiere que yo aprenda a vivir con todos como hermanos, que sea hermano de mis hermanos, que me juegue por ellos, que no los mire como enemigos, que los ame y ore por ellos. Y que haga como Él, que perdone siempre.
Es mucho más difícil una fe vivida así, en el compromiso por el otro, que un fe vivida en una relación individualista para aprovecharme de Dios y de su amor por mí, por más que para acallar mi conciencia ore por los demás.
Como me doy cuenta que al tener que cambiar de actitud me enfrento a mí mismo, a mi comodidad, a mi verdadera capacidad de crecer como humano, la conversión, el cambio de mentalidad es absolutamente indispensable.
El Reino de Dios, que está cerca y entre nosotros, está esperando por mí, está esperando que yo me convierta para integrarme, para que me aporte toda la visión nueva que trajo Jesús, la respuesta a la pregunta originaria de Caín (“¿Acaso yo soy responsable de mi hermano?” Gn 4, 9): hazte cargo de tu hermano, “Amense los unos a los otros como Yo los he amado” (Jn, 15, 12), y en el amor que nos tengamos unos a otros los demás verán que somos sus discípulos (Jn 13, 35). El amor no es solamente afecto, abarca, como el amor de Dios, todo, desde el dar la vida por amor hasta el espacio y lo necesario para que el otro viva feliz y crezca como ser humano.
¿Qué recoje ahora el Señor en mí?

domingo, 28 de noviembre de 2010

PREPARADOS

Mt 24, 44: Ustedes también estén preparados, porque el Hijo del hombre vendrá a la hora menos pensada.
Un millón de veces nos dijeron que nos preparemos para la venida del Señor, y nos lo seguirán diciendo, hasta que Él venga.
Cualquiera siente que Él se demora demasiado, cuando estamos sufriendo hace demasiado tiempo y se nos acaban las fuerzas y las esperanzas de vivir en un mundo sin tantos problemas ni dificultades.
Cualquiera siente que no sabe si va a venir en realidad.
Cualquiera siente que no quiere que venga, que aún falta vivir mucho, pasar por otras experiencias.
Cualquiera siente angustia ante el fin del mundo.
Cualquiera siente que le dicen por todos lados que Dios no existe, o que si existe es un invento de los hombres, una idea que impusieron algunos y que lo hicieron sólo para controlar a la gente a través de normas y temores, etc. Yo mismo pensé esto cuando tenía 15 años, y lo dicho anteriormente también lo sentí.
Hasta que me di cuenta que me equivocaba en muchas cosas:
Dios no es una construcción humana. Él se reveló a sí mismo. Pero, lógicamente, muchos pueden decir esto y decir que Dios dijo lo que le conviene al que lo dice. Y entonces quedará hacer todo un camino de fe, y de razonamiento, cada vez más profundo, para comprender cómo y qué reveló verdaderamente Dios y qué no. Esa teología fundamental me abrió bien los ojos para creer de verdad.
Dios no se demora más de lo que Él tiene previsto porque está esperando a la humanidad. Está esperando que la humanidad crezca aprendiendo a ser humanidad. ¿Te das cuenta cuánto falta? ¿Te das cuenta cuánto te falta?
Los sufrimientos son propiamente humanos, y aprender a encontrar el sentido para sobrellevarlos e incluso para superarlos, es un camino arduo y al que hay que animarse a recorrer. Yo sólo he podido hacerlo con fruto hablando mucho y a fondo con Él, aunque no escuchara físicamente ninguna palabra de Él. Pero Él se encargó de iluminar mi conciencia y mi inteligencia.
Si las fuerzas se me acabaron alguna vez fue porque quise abarcar todo, tener el control de todo, ser autosuficiente y todopoderoso. Y todo me pasó por arriba. Y tuve ganas de que el mundo se acabe, o al menos de querer bajarme de este mundo. Hasta que aprendí a caminar, no a correr, a aceptarme y aceptar a todos. Ya no me quiero bajar, quiero aportar a este mundo lo que yo he aprendido.
Él va a venir, aunque no sabemos cuándo, y consumará la transformación del mundo. Él lo prometió y Él no puede mentir porque es Dios. Esa venida prometida me da esperanzas, aunque no me quita responsabilidad. Él hará lo suyo, pero me preguntará si hice lo mío: si amé, si amé como Él, si serví a los hermanos o los dominé, si perdí mi vida para que otros tengan vida o si la retuve para ocuparme sólo de mí, si supe amar más a Dios que a todo lo demás, si fui previsor al vivir para hacer de mi vida una vida que glorifique a Dios y deseoso de vivir en su Reino o me dejé atrapar por ambiciones desmedidas, comodidades, egoísmos, odios, rencores, envidias y amarguras que me quitaron libertad. Y mucho más me preguntará el Señor, porque Él hará el juicio a todos, con misericordia pero con verdad y justicia. Y así veremos de qué nos hace falta purificarnos para compartir con Él la plenitud. En el fondo el que crece ahora en bondad, en santidad, en gracia, ya participa del gozo y plenitud de Dios. ¿Por qué dejar eso para después?
Si los mandamientos fundamentales de Dios son sobre el amor y el respeto a Él y a los demás, para que no haya gente que sufra por culpa nuestra ni de nadie, es que va por ahí el modo de preparar su venida. El trabajar por la libertad legítima y verdadera de las personas es misión de las más altas. Es la de Jesús y de todos sus discípulos, los que realmente quieren serlo.
El no vino a construir una religión como sistema, sino un pueblo que se ame y ame. Un pueblo que viva gozosamente el respeto y amor a Dios y a los demás. En suma, no se trata de esperar algo para el futuro solamente. Se trata de estar preparados para el presente.
Además el Señor cuando venga, no quiere que lo espere en mi casa como si Él viniera a mi casa a quedarse aunque sea un rato. Él viene para buscarnos y por eso nos avisa que estemos preparados, con los bolsos listos, para ir con Él. El que vive amando tiene los bolsos preparados.

lunes, 18 de octubre de 2010

Prestarse al que regala

El Papa Benedicto dijo a los sacerdotes al clausurar el Año Sacerdotal que los sacerdotes le prestan a Jesús su ser para que Él pueda dar su vida, gracia, amor, perdón, consejo y Espíritu a la gente, y esa experiencia es absolutamente real. 
El sacerdote cuando consagra no dice algo así como: "Miren que Jesús dijo que esto era su Cuerpo", sino que lo dice, prestándose a Jesús para que Él lo pueda decir hoy: "Tomen y coman, esto es mi Cuerpo". 


Es Jesús quien da el don de su cuerpo y de su sangre. Pero lo dice por el sacerdote, que le presta su ser de varón para que Jesús pueda hacer sonar su propia palabra que con la fuerza del Espíritu transforma el pan y el vino en su Cuerpo y en su Sangre. 
Es Jesús quien da el perdón, pero lo da por el sacerdote, que le presta su ser para que el perdón de Jesús llegue al que quiere reconciliarse.
El prestarle a Jesús el ser es un servicio de amor tanto por Él como por la gente. Ser sacerdote es ser servidor para que la gracia de Dios llegue a la gente.
Quien descubra que es llamado a ese servicio, quien descubra que en ese servicio se le pide tener el valor de  desaparecer, y esté dispuesto a hacerlo, a brindarse como verdadero servidor, que se anime a hacerlo porque es una forma muy grande de amar hasta dar la vida, haciéndose servidor de todos, el último de todos, de lavar los pies como lo hizo el Maestro.
Oremos por que los llamados a ser sacerdotes lo hagan con la más profunda disponibilidad y docilidad de dejar aparecer a Jesús entre la gente, más que ellos. 
Y que la comunidad de los creyentes busque a Jesús, más que a ellos, en los sacerdotes.

jueves, 9 de septiembre de 2010

El deber de los laicos de sostener el culto y la Iglesia en sus obras

Hermanos queridos:
Tengo que hablarles para formar conciencias, las conciencias de ustedes, porque tienen obligación de saber, comprender, asumir y responder a un deber que tienen como comunidad de la Iglesia. Y yo tengo el deber de formarlos en esto.
El sostener el culto de nuestra Iglesia, el sostenerlo económicamente, es un deber de ustedes los laicos, los miembros del pueblo de Dios.
En primer lugar porque nuestro culto católico debe ser sostenido por los católicos, así de simple. No van a sostener nuestro culto ni los evangélicos ni los testigos de Jehová, como nosotros no sostenemos económicamente el de ellos.
Nuestro culto abarca muchas cosas: en primer lugar, la asignación mensual a nuestros ministros ordenados, a nuestros sacerdotes, que tiene que permitirles vivir con dignidad.
En segundo lugar, tiene que sostener los gastos que se producen por las celebraciones: el mantenimiento de los edificios de nuestras parroquias y capillas, los servicios de agua, luz, gas, teléfono parroquial e internet, los elementos necesarios para la liturgia (ornamentos, libros, cantorales, hostias, vino, velas, flores, manteles, etc.), el equipo de sonido necesario, los instrumentos musicales, etc.
En tercer lugar, tiene que sostener todos los gastos administrativos de nuestra secretaría y del obispado por los servicios que se prestan desde el obispado a las parroquias.
En cuarto lugar, tiene que sostener otras obras que se hagan en la parroquia, obras edilicias o de misión, de catequesis o formación, de promoción o de asistencia.
No recibimos ningún subsidio de ningún lado.
Por tanto dependemos como Iglesia -quiero decir como comunidad eclesial que vive su fe, se reúne y celebra, obra y ayuda- de lo que los miembros de esta comunidad eclesial destine de sus bienes para esto.
Tienen el deber de ver los balances, tienen el deber de cuidar que se administre bien, pero tienen el deber de hacerse cargo de todo lo antes dicho para que seamos una Iglesia que cumpla con su deber evangelizador, catequizador, misionero, litúrgico, formador y transformador de nuestro mundo concreto.
La forma de hacer sus aportes puede ser variada, pero tiene que ser responsable. Si lo hacen como ofrenda dentro de la eucaristía tiene que hacerse con la conciencia de que es a Dios a quien se le hace ofrenda -y no debe ser mezquina puesto que Él no es mezquino con nosotros- y esa ofrenda es confiada a la Iglesia, en la persona del párroco y del Consejo de Asuntos Económicos, para que la administren. Dios no necesita el dinero, obviamente, pero sí lo necesita la Iglesia, porque no vive del aire, los servicios no nos los regalan, todo lo tenemos que pagar igual que cualquier familia.
La responsabilidad de ustedes tiene que tener presente que los dones que recibimos de Dios no tienen precio, porque son invaluables, no alcanzaría ni que nos vendiéramos todos nosotros para pagar ningún don de la Gracia de Dios. Por eso es justo que en gratitud a nuestro Dios lo honremos con un culto digno, con obras de caridad dignas, con celebraciones dignas, con una vida eclesial madura, fiel y firme, con nuestros sacerdotes -que dedican su vida a todos- viviendo dignamente con lo que la comunidad eclesial les asigna -según lo establezca el obispo- con suficiencia, donde todas sus necesidades más urgentes sean atendidas.
Las cosas que tienen las parroquias no son propiedad del párroco, sino de toda la Iglesia, son de todos y también son de nadie, quiero decir, que entre todos las cuidamos y no debemos decidir que se nos pierdan o se deterioren por negligencia consciente.
A veces ante una necesidad grande habrá que hacer algún evento que produzca un ingreso de dinero extra, pero si fueran conscientes de que el aporte de ustedes es un deber que debe ser asumido con responsabilidad podríamos llegar a hacer frente a todo sin necesidad de hacer eventos para que ustedes pongan más dinero.
Si le debemos a Dios todo, y estamos convencidos de que Él atenderá con creces a quien es generoso con Él, no tengamos reparo en destinar un parte de nuestros ingresos o de nuestros bienes para ofrecérselos. Cuanto más generosos seamos con Él más generoso será Él con nosotros.
Y esa parte destinada a la ofrenda tiene que ser como la destinada a otros pagos mensuales, ya está destinada para eso y no se toca para otra cosa.
Muchas costumbres de ustedes quizá deben cambiar. Lamentablemente se ve, hasta en muchos católicos, un ansia cada vez más creciente por el juego y esperar que se produzca el «milagro» de vernos favorecidos con las apuestas o los juegos en el casino o la quiniela, incluso se los oye decir que «si ganan van a donar a tal o cual capilla, etc.», como queriendo extorsionar a Dios de que haga ganar el premio. También se da la actitud de poner sólo un billete de dos pesos, o monedas, pudiendo poner más. Eso es como mentir, porque parece que hago ofrenda pero no ofrezco nada. Es una doble mentira porque es mentir frente a la comunidad de que hago ofrenda a Dios, y frente a Dios cuando todos sabemos que pudiendo poner más poner dos pesos es como no dar nada. No así el que no tiene, que muchas veces pone de lo que no tiene, y Dios valora enormemente ese gesto hecho de corazón. El que puede poner más debe poner más. El que tiene más dinero debe poner más dinero para suplir a los que no pueden hacerlo porque no tienen. Y no es contentarse con hacerlo una vez. Hay que ponerse contento de poder cubrir más gastos, porque es un acto de amor a Dios y a la Iglesia el hacerse cargo del sostenimiento del culto. El que puede poner 100 pesos no ponga 10, y menos 2. Ponga 100. Y el que puede poner 200, no ponga 100, porque está mezquinando. Y el que puede poner 1000, ponga 1000, o más si puede. Y hágalo todos los meses que pueda, porque debe hacerlo.
Lo tiene que hacer con el gozo de poder hacerse responsable del sostenimiento de la Iglesia, no sólo como pagando el servicio que pide a la Iglesia. Hacerse responsable del sostenimiento del culto y de las obras de la Iglesia es participar del culto y de las obras de la Iglesia también.
No piense torcidamente de cómo maneja la Iglesia los bienes que se le encomiendan. Si tiene dudas no las alimente, aclárelas. Pregunte al párroco, al Consejo de Asuntos Económicos, entérese, pregunte por qué son así las cosas y sáquese sus dudas, y cuando haya entendido aclare las dudas a otros. La Iglesia no es una empresa que lucra, somos una sociedad muy especial que hace que la comunidad honre y glorifique a Dios con su culto, sus obras, su formación y educación, su manera de actuar y de ayudar.
Si tiene ideas para aportar súmese, comparta esas ideas con el párroco, con el Consejo de Asuntos Económico y lo que decidan los responsables se hará.
Una vez que comprende todo esto eduque a otros a vivirlo, a hacerse también responsables de esto, sobre todo de los miembros de su familia. Cuando vaya en familia al templo, a alguna celebración no divida su ofrenda entre sus hijos o nietos para que ellos vayan a colocarla en la canasta. Vaya usted dando el ejemplo e invítelos a ellos previamente a que sacrificando algo propio también lleven su ofrenda a la celebración para depositarla en el momento que corresponde.
No piense que esto se debe hacer sólo una vez, o cada vez que el sacerdote lo diga o lo pida. Esto tiene que sonar en su conciencia siempre, como un deber ante Dios.
Piense cuántas bendiciones recibirán todos por un culto bien celebrado, por una catequesis bien dada, por las obras de caridad y de misión bien desarrolladas, y piense cuántos pecados suyos serán perdonados por gestos de amor reales, y este deber asumido es verdaderamente un acto de amor concreto y real por Dios y por la gente, a través de la Iglesia.
Hágalo con alegría, con verdadera alegría.
Si le da tristeza dar su ofrenda es que su dinero es dueño de su corazón, y no Dios.
Si busca excusas es que quiere mentir.
Si lo hace hasta sacrificando cosas legítimas entonces su caridad y su generosidad son auténticas.
Si lo hace con responsabilidad entonces su pertenencia al Pueblo de Dios es madura.
Si lo hace siempre es que ha asumido su lugar como hijo de Dios en la familia de la Iglesia, con sus derechos y sus deberes.
Jamás dude que Dios lo tendrá en cuenta.

sábado, 4 de septiembre de 2010

Sabiduría 2

Sab 9, 17-18 ¿Y quién habría conocido tu voluntad si tú mismo no hubieras dado la Sabiduría y enviado desde lo alto tu santo espíritu? Así se enderezaron los caminos de los que están sobre la tierra, así aprendieron los hombres lo que te agrada y, por la Sabiduría, fueron salvados”. 

La sabiduría es un don que hay que pedir. Pero aquí lo menciona con mayúsculas porque quiere decir que es alguien que viene de Dios junto con su santo espíritu. Por la Sabiduría fuimos salvados.
Si bien este texto es anterior a Cristo está profetizando el para qué de la venida de Jesucristo, y nos está invitando a recibir lo que el Maestro nos dirá y el Espíritu nos hará comprender, porque Él es el camino, la verdad y la vida (Jn 14,6).
Aprender no significa enterarse de todas las verdades o misterios como cosas que hubiese que saber, sino aprender a vivir, según el Espíritu de Dios.
San Pablo, muy al modo judío, dirá que el hombre que no se deja conducir por el Espíritu es "carne", sólo "cuerpo", pero el hombre que se deja conducir por el Espíritu, en cambio, es "espíritu" (cf. Rm 8; Ga 5).
Por tanto, para discernir cuál es la voluntad de Dios hay que, entre otras cosas, abrirse a su Espíritu, adherirse a sus inspiraciones, acomodar nuestra voluntad a la suya, dejar de lado el querer manejar nosotros las situaciones, volverse obedientes confiados totalmente en su amoroso querer, aunque nuestra pequeña mente no pueda entenderlo todo.
¿Para qué hay que discernir cuál es la voluntad de Dios? Para seguirla, porque es su voluntad la voluntad soberana sobre todas las voluntades, y su intención es hacer compartir al hombre la inmensidad de su amor y de su gozo para que el hombre sea plenamente feliz. Sólo por amor se puede obrar así como Dios, que crea de la nada haciendo al hombre existir para que el hombre disfrute existir y desarrolle toda su humanidad, aprendiendo a ser cada vez más humano, en sus capacidades y en sus actitudes, y por decisión propia y libre se deje amar por el Creador y quiera recibir de Él la vida plena y eterna en la que se sacian todas nuestras más profundas ansias. 

Sabiduría

Sab 9, 17-18 ¿Y quién habría conocido tu voluntad si tú mismo no hubieras dado la Sabiduría y enviado desde lo alto tu santo espíritu? Así se enderezaron los caminos de los que están sobre la tierra, así aprendieron los hombres lo que te agrada y, por la Sabiduría, fueron salvados.

Estos días se publicó un comentario de Stephen Hawking diciendo que Dios no creó el mundo, que sólo es fruto  de una consecuencia inevitable de las leyes físicas.
Desde este humilde lugar nos atrevemos a manifestar a este gran científico que sigue teniendo una idea equivocada de Dios. Aún no lo conoce personalmente, por lo que parece, y dicho con todo respeto, porque si lo conociera se daría cuenta que Dios supera todo lo que pudiera imaginar, que no cabe en los modelos de nuestra comprensión. Y que sigue siendo maravilloso que las leyes de la física hagan posible el big bang y que el universo surja, pero eso no quita que haya un creador, pero no un primer "empujador" si se nos permite el término, como alguien "dentro y fuera" de este mundo que diera inicio a la primera ley física, y que después se siguieran las demás con sus consecuencias y procesos. Dios no tiene por qué actuar así: cuando Él crea, crea de la nada, hace existir, con todo lo que vamos descubriendo con nuestra humana ciencia que gracias a las capacidades (o si se quiere, a las mismas consecuencias de las leyes físicas) que Él nos dio.
Que crea de la nada significa que no usa nada preexistente, y que da el ser, y por ello da el existir, de todo. Y al crear le da un modo de ser (que aún no hemos dilucidado en muchas cosas del universo creado) propio a cada cosa creada, modo de ser, por otro lado, que no significa un modo inmutable necesariamente.
Ojalá se anime este gran científico a considerar que Dios es más grande que lo que él lo concibe y le pidiera, con confianza, el don de la sabiduría para que descubra que este Dios es un ser personal con el que se puede dialogar, con el que se puede establecer un vínculo de amor, y de quien se puede aprender y contemplar la enormidad de maravillas no sólo de nuestro mundo sino también el de Dios. 


viernes, 20 de agosto de 2010

Puerta

Lc 13, 23-24: "Una persona le preguntó: «Señor, ¿es verdad que son pocos los que se salvan?». El respondió: «Traten de entrar por la puerta estrecha, porque les aseguro que muchos querrán entrar y no lo conseguirán»."

La pregunta sobre si son pocos los que se salvan hoy está, y segurá estando, pero con otras formas: ¿Para qué vivir? ¿Por qué no pasar todos los límites? ¿Qué me importa? Y aunque parezcan preguntas que no tienen que ver con la salvación, sí tienen que ver, porque en el fondo buscan el sentido que las cosas tienen que tener. No puede el ser humano vivir sin sentido, porque se desorienta y se pierde y termina destruido.
Una de las formas de reformular hoy esa pregunta de ese hombre en el evangelio podría ser: ¿Son pocos los que encuentran el sentido de la vida?
La respuesta de Jesús, figurada en una puerta, nos llevaría al esfuerzo, a una búsqueda que hay que hacer: Traten de hallar el verdadero sentido de la vida, tal como lo concibió el Padre que los creó. Porque hay que tratar de hallar la respuesta. Quien no halla sentido a la vida corre grave peligro.
Esa búsqueda ya lo adelanta Jesús, no es fácil, porque implica aprender, hay que aprender a entenderse, entender al otro, la vida, las implicancias de todo, especialmente del obrar humano. Todos ansiamos en el fondo eso que llamamos felicidad, pero no es la felicidad una meta, sino un fruto, es decir, como meta es inalcanzable, porque no llegaré a ella sino después de desarrollar mi generosidad, mi respeto por mí mismo y por el otro, por la naturaleza y por la obra del Creador. Después de desarrollar mi capacidad de amar, de obrar el bien, de hacer felices a otros, iré experimentando el gozo de pasar por esta tierra haciendo el bien.
No es lo mismo sentir placer que ser feliz. 

lunes, 9 de agosto de 2010

Usar a Dios

Lc 12, 3-15b: "Uno de la multitud le dijo: «Maestro, dile a mi hermano que comparta conmigo la herencia». Jesús le respondió: «Amigo, ¿quién me ha constituido juez o árbitro entre ustedes?» Después les dijo. «Cuídense de toda avaricia».

"Dios, dile a mi hermano... tal cosa. Dios, haz que el otro me devuelva... tal otra." Esos pedidos o exigencias las hemos oído en muchas personas, exigencia a Dios para que haga la "justicia" que nosotros creemos que es la correcta.

Jesús se planta en una postura de libertad: él no ha sido nombrado para ser árbitro o juez, pero aprovecha el momento como maestro de vida: "Cuídense de toda avaricia". Porque la avaricia es una idolatría, explicará más adelante San Pablo. 

Y sí, la injusticia es en realidad considerar las cosas más importantes que las personas, olvidar de hacer el bien con los bienes, separarse de los hermanos por causa del dinero, perder las perspectiva de lo importante de la vida entera, olvidar que somos administradores de los bienes que Dios nos encomendó y no dueños de los mismos.

Esta palabra nos ilumina también para esos pedidos que hacemos a Dios en cualquier momento donde esperamos que Él haga lo que nosotros queremos. Nos liberaría mucho pedir a Dios que, en vez de que haga que se produzca todo como nosotros lo planeamos y según nuestra conveniencia y valoración, nos haga ver lo que tenemos que ver, para que nos podamos unir a su plan, adherirnos a su proyecto, colaborar con su voluntad.

Él no es un juez que está para hacerme justicia, sino que es el único que me puede hacer justo, si respeto su soberanía sobre mí, si me dejo conducir y enseñar por Él. 

jueves, 15 de julio de 2010

Volveré a verte

Gn 18, 10: "Volveré a verte sin falta en el año entrante y para ese entonces, Sara habrá tenido un hijo".


Dios había visitado a Abraham en la figura de los tres hombres a quien el patriarca había hospedado con gentileza impecable. Y esa visita vino con el don de una promesa que se haría realidad. Abraham, el anciano, tendría un hijo de su esposa Sara, el hijo de la promesa, el hijo que lo haría padre de multitudes, padre del pueblo de Dios.
Esa visita se habría de repetir, estaba prometido. Y se irían produciendo los hechos que se habían vaticinado y prometido, haciendo realidad la palabra anunciada, haciendo que fuera lo que no era.


Dios sigue visitando hoy, a cada uno, como a Abraham, con delicadeza y esperando nuestra acogida. Jesús también visitó a Marta y a María, en Betania, y también fue acogido.
Dios nos sigue visitando en nuestras vidas, en nuestros anhelos más preciados, en nuestras situaciones de dolor, en nuestras esperas interminables, en nuestra cotidianidad cargada. 
Recibir a Dios, darle acogida, hacerlo pasar a nuestra casa, a nuestra realidad, es en primer lugar permitirle que forme parte de nuestro mundo, de nuestra historia. Pero en segundo lugar es darnos la posibilidad de dejarle intervenir, cayendo seguidamente en la cuenta de que Él nos está invitando a formar parte de Él, que todo nuestro mundo está en Él, y que nada se escapa de sus manos.
Él nos visita para quedarse, si queremos que se quede.
Nos visitará hasta que lo hagamos quedarse.
Nosotros también muchas veces sólo lo visitamos.
¿Cuándo nos animaremos a vivir en Él, con Él, y para Él?

jueves, 1 de julio de 2010

Lobos

Lc 10, 3: "Miren que yo los envío como ovejas en medio de lobos."


Ovejas que deben ir aunque encuentren lobos. 
Ovejas que deben ir hacia los lobos.
Ovejas que deben transformar los lobos en ovejas!
Pero algunos no querrán. Y aún sacudiendo el polvo de los pies para no llevarse de ellos nada pegado, habrá que anunciarles que pueden ser ovejas del Buen Pastor que está cerca tocando a sus puertas.


Hoy hay muchos lobos y con el crecimiento poblacional seguro que hay muchos más que entonces, y hay pocas ovejas, pocos obreros, pocos trabajadores del Reino.
No cesa de sonar esta Palabra, porque aún hay que hacerla realidad. Y nos tenemos que animar apoyándonos no en nosotros, ni en nuestras convicciones y capacidades, sino en la verdad del amor de Dios que vivimos convencidos y en la manifestación constante de su obra.
Pero los lobos están, y eso significa que hay que verlos, para saber esquivar sus mordidas, sus ataques, sin callar por miedo ni por debilidad. Los lobos no tienen la mentalidad de la oveja. No tienen piedad, por lo tanto no la busquemos en ellos. Hay que transformarlos en ovejas para pedirles cambios. Nos vendría bien, si alguna vez fuimos lobos, recordar cómo nos cambió el Señor en ovejas y cómo luego fuimos aceptando los cambios más profundos que diariamente nos exige.
No busquemos que los lobos sientan como las ovejas, no se manejan con los mismos criterios. Hay que hablarles en el lenguaje que ellos entiendan, que muchas veces nos exigirá a nosotros revisar el nuestro. Habrá que hablar con inteligencia, con firmeza, con la elocuencia que viene del Espíritu, y no con nuestras categorías, ni nuestros esquemas, sino con los de Dios. Habrá que volverse dóciles al Espíritu para que Él pueda obrar a través de nosotros.
Habrá que mirar al lobo a los ojos, y ver a la oveja que espera Dios que salga de su interior. Y amarlo con el amor de Dios, con la paciencia y la insistencia de Dios, con la firmeza y la verdad de Dios.

martes, 1 de junio de 2010

Dejarse amar por Dios

"... El que me ama a mí será amado por mi Padre, y yo también lo amaré y me manifestaré a él." Jn 14, 21
 
Dejarse amar por alguien, por una persona, es aceptar ante todo que es alguien distinto a uno mismo, es aceptar que es otro.
No es alguien a quien yo imagino a mi gusto y porque es fruto de mi imaginación hará lo que mi imaginación quiera.
Ese suele ser, mas de una vez el motivo ruptura de noviazgos y matrimonios.
Aceptar que Dios me ame es aceptarlo a Él, aceptar su persona tal como se ha dado a conocer, no como me lo imagino, como Él es.
Y el modo en que se manifiesta es ante todo su Palabra que está en la Biblia, pero también se manifiesta en lo que sentimos como respuesta cuando oramos, en lo que la Iglesia nos dice por medio del Papa, los obispos y pastores.
Pero también Dios nos habla a través de personas concretas que buscan nuestro bien. Cuando somos pequeños son nuestros padres y hermanos, luego, los maestros cuando nos casamos nuestro cónyugue, en nuestro trabajo nuestros jefes, y en toda comunidad cristiana Dios también nos habla a través de los hermanos.
Esta mediación humana que usa Dios tiene en nuestro interior obstáculos.
Ante todo no solemos por orgullo dar autoridad a otra persona para que nos diga lo que vé mal en nosotros y nos corrija. Generalmente aunque nos damos cuenta de que tiene razón en lo que nos corrije, buscamos el modo de desautorizarlo por su humanidad, que es igual a la nuestra, sin querer ver que es el modo en que Dios nos muestra lo que tenemos que cambiar.
Y en lugar de crecer espiritualmente, damos vueltas y quedamos igual, y  muchas veces, y nos encaprichamos como niños chiquitos en actitudes que nos dañan o que dañan a otros. Y esto se vuelve un circulo cerrado del que no salimos.
El modo de escapar de ese callejón sin salida en que nos metemos, es aceptar esa ayuda de personas humanas que Dios nos envía, pedir y aceptar esa ayuda y obedecer lo que Dios nos pide.
Es nuestra voluntad y decisión lo que nos hará corregirnos y avanzar.
Y cuando nos corrijamos y avancemos nos daremos cuenta que el amor de Dios que hemos aceptado nos ha dado felicidad.
Cada uno tiene su propia experiencia de dejarse amar por Dios los invito a que la compartan para que nos edifiquemos mutuamente.

sábado, 29 de mayo de 2010

En paz con Dios

“Justificados por la fe, estamos en paz con Dios, por medio de nuestro Señor Jesucristo.” (Rm 5, 1)

Estamos en paz con Dios no sólo porque Jesucristo, nuestro Señor, está mediando entre Dios y nosotros, ni sólo porque creemos en el amor de Dios y de Jesucristo, ni sólo porque tenemos fe en el perdón de Dios.
La experiencia de la paz con Dios es un don y una aceptación. Don de Dios, sin duda. Aceptación humana, sin duda, no sólo de la paz, sino de lo que consiguió la paz, que es la muerte del Hijo de Dios hecho hombre, Jesucristo el Señor. Aceptación de la vida nueva que nos dio, al derramar su Espíritu sobre nosotros. Aceptación de la nueva capacidad humana, por haber sido hechos nuevas creaturas, de llevar una vida santa; capacidad dada por el Espíritu que nos transforma interiormente, que nos renueva, que nos impulsa según el querer de Dios, capacidad de amar de modo nuevo a nosotros mismos, a los hermanos y a Dios.
La vida nueva del hombre es pura gracia. Aceptarla en fe nos hace justos, porque al aceptarla en fe nos adherimos a Dios que quiere obrar en nosotros y lo dejamos obrar. Por eso, la fe verdadera se vuelve obediencia, y la obediencia acata toda la ley de Dios que indica la forma de vivir de sus hijos.

lunes, 10 de mayo de 2010

Ascensión y alabanza

"Después Jesús los llevó hasta las proximidades de Betania y, elevando sus manos, los bendijo. Mientras los bendecía, se separó de ellos y fue llevado al cielo. Los discípulos, que se habían postrado delante de él, volvieron a Jerusalén con gran alegría, y permanecían continuamente en el Templo alabando a Dios." (Lc 24, 50-53) 
 
El camino de Jerusalén a Betania es corto, y el paseo debe haber sido bien apacible con la presencia de Jesús infundiéndoles tanta paz y tanta seguridad...
Y el Señor levanta sus brazos, extiende las manos sobre ellos y los bendice, luego es separado de ellos y llevado al cielo.
Pero a ellos les queda la alegría y el gozo que los lleva a ir al templo a alabar.

Ese gesto de Jesús se prolonga siempre, somos siempre bendecidos. El permanecer en el gozo es nuestro, es fruto de permanecer en la alabanza en el templo, con los hermanos.
Si la alabanza se corta es porque se corta nuestra memoria de sus bendiciones. Y aunque la vida a veces es dura y nos golpea fuerte, los beneficios que Dios siempre ha hecho y hace por nosotros son motivo suficiente para alabar sin cesar.

Cuando la tristeza nos ha arrebatado la alabanza, alabar a pesar de estar tristes devuelve la alegría.

El Señor se fue de nuestras manos, pero no se alejó.
Se separó porque su condición ahora es la de estar junto al Padre en su gloria, pero su gloria queda entre nosotros en la asamblea que celebra su presencia sacramental, en la Iglesia que vive la caridad con una fortaleza madura y constante, la que acompaña al hombre para ayudarlo a ser libre y a vivir dignamente como ser humano y feliz como hijo de Dios responsable y adulto en la fe. 
El Señor fue llevado al cielo, pero no interrumpió su comunión con nosotros.
Fue a la presencia del Padre, pero para interceder por nosotros.
Vendrá de la misma manera que lo han visto partir, suavemente, pero en su gloria, en la paz para los que creen y lo esperan, porque Él dijo "No se inquieten ni teman".
No cabe quedarnos mirando al cielo...
Hay que buscar al hombre y hacer nuestra misión.

miércoles, 5 de mayo de 2010

Templo

"No vi ningún templo en la Ciudad, porque su Templo es el Señor Dios todopoderoso y el Cordero. Y la Ciudad no necesita la luz del sol ni de la luna, ya que la gloria de Dios la ilumina, y su lámpara es el Cordero." (Apoc 21, 22-23)

Mientras no estemos en esa Ciudad, la Jerusalén celestial, necesitaremos templos. No porque Dios necesite templo para estar, sino porque nosotros necesitamos signos para comprender y vivenciar lo que nuestra pequeña mente no alcanza a captar.
Dios siempre ha sido un gran pedagogo, un gran maestro, un gran educador de los hombres, de su pueblo, de los que invitó a ser hijos. Y para dar a conocer su amor paternal y maternal dio al hombre la familia, el ser familia, el necesitar de la familia que lo acoja y lo reciba y lo acompañe a crecer en todos los órdenes.
La familia necesita su casa. Una casa sin familia está vacía. La casa con familia se vuelve hogar. El templo es la casa de la familia creyente que se congrega, que se reúne, junto a la Santísima Trinidad, Padre de todos. Mientras peregrinamos en esta tierra, en nuestro tiempo antes de la venida gloriosa de Jesús, el templo nos es una referencia fuerte, un lugar donde Dios se da significativamente, donde el creyente se sabe acogido de un modo especial, en un ámbito especial, no por el lugar en sí, sino por la significación de ese lugar.
Nadie niega que Dios está en todas partes, pero así como la familia tiene su lugar propio, su ámbito de contención, de libertad sin invasores, como es su hogar, la familia creyente tiene en el templo su lugar donde Dios, libremente, sin invasiones que confundan, da su gracia y su contención al que viene a su encuentro.
El problema que tienen los que quieren negar la necesidad del templo es que les resulta difícil aceptar la gente que se reúne en el templo. Hay que madurar para aceptar la familia tal como es.
Cuando estemos en la Ciudad, la Jerusalén celeste, estaremos envueltos por el mismo Dios y nuestra relación con Él no será con mediaciones, con signos, porque lo veremos tal cual es, y por eso no necesitaremos de ninguna otra lámpara, de ningún templo.
Llévenos el Señor a su encuentro, y desde ahora sepamos aprovechar nosotros su presencia en los signos y lugares privilegiados por su pueblo.

martes, 20 de abril de 2010

Escuchar la voz

"Mis ovejas escuchan mi voz" (Jn 10, 27)
La voz del Señor Jesús, hoy resucitado, suena donde está el Espíritu y la Iglesia. 
Él dijo que el Paráclito (el abogado y consolador) "que yo les enviaré desde el Padre, el Espíritu de la Verdad que proviene del Padre, él dará testimonio de mí" (Jn 15,26). 
Y agrega algo muy interesante en el versículo siguiente: "Ustedes también dan testimonio, porque están conmigo desde el principio" (Jn 15,27).
Ahí está la voz del Señor Jesús, en la Iglesia donde el Espíritu Santo está y se manifiesta porque la gente comprende y celebra la verdad de Jesús, el Salvador; la verdad de la Santísima Trinidad (el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, un solo Dios verdadero); la verdad de la condición humana (pecadores redimidos por Cristo y hechos nuevas creaturas por el Espíritu); la verdad de la Iglesia (Pueblo de Dios y Cuerpo místico de Cristo) que es una, santa, católica y apostólica; la verdad sobre la relación de amor que une a todos los creyentes, vivos y muertos, entre los aún peregrinos en la tierra y los glorificados en el cielo; la verdad sobre el perdón de los pecados (que verdaderamente hay perdón de los pecados, rescate del pecador, transformación del pecador en santo); la verdad sobre la resurrección de los muertos (porque seremos transformados y glorificados por el Espíritu Santo); y la verdad sobre la vida eterna (vida plena y eterna, para glorificar a Dios por siempre en la comunión plena con Él).
Cada oveja puede escuchar la voz del Buen Pastor Jesús aquí. Ojalá le prestemos atención tal como Él se lo merece. Y habiéndolo escuchado le sigamos verdaderamente. Porque el pertenecer a la Iglesia es un don, y en ella porque está unida siempre a la primera comunidad de los apóstoles, y transmite fielmente la verdad revelada, hallamos la verdad completa para salvarnos.

lunes, 5 de abril de 2010

Apóstoles resucitados

Hch 5, 12: "Los Apóstoles hacían muchos signos y prodigios en el pueblo."

¿Son acaso los signos y prodigios de los apóstoles signos de Jesús resucitado?
Si son los apóstoles considerados como superhombres o una especie de
hombres divinizados, hombres-dioses, o algo así, se oscurece la
realidad de la resurrección.
La resurrección de Jesús es algo tan nuevo, que sobrepasa hasta los
prodigios que podamos imaginar. Porque la resurrección abre la nueva
creación, la creación definitiva, es el signo de la nueva creación, es
la obra maestra del trabajo del Padre.
Los prodigios son de este mundo y la resurrección es del nuevo mundo.
Hay que hacer el camino desde este mundo hasta el otro, desde nuestro
estilo de vida al estilo de vida de los resucitados.
Este camino es en fe para nosotros. Significa que es en adhesión a
Dios porque Dios es Dios y hace nueva las cosas. Es en adhesión a Dios
obedeciéndole, pero sin ver nada, sólo creyendo lo que nos anunciaron
los apóstoles: que Jesús ha resucitado. Al aceptar la resurrección se
acepta que Dios tiene la última palabra, tiene la victoria sobre todas
las luchas, tiene el poder sobre el mal, sobre el pecado y sobre la
muerte. Esa victoria y ese poder se muestran en los signos del Señor
vivo, en los prodigios que asombran y abren la mente para acrecentar
el creer en el Señor resucitado.
La obediencia de los apóstoles al Espíritu Santo es el mayor signo de
la vida nueva de los hijos de Dios redimidos por Cristo, opuesta a la
desobediencia de Adán y Eva y de toda la humanidad.
Los signos y prodigios de los apóstoles señalan al pueblo a quién hay
que obedecer. Y hasta que no lo hagan no vivirán camino a la
resurrección. Si pretenden sacarle a Dios favores para vivir en este
mundo con menos problemas pero sin querer su voluntad sobre todo,
siguen muertos.

viernes, 19 de marzo de 2010

Algo nuevo

Is 43, 18-19:   "No se acuerden de las cosas pasadas, no piensen en las cosas antiguas; yo estoy por hacer algo nuevo: ya está germinando, ¿no se dan cuenta? Sí, pondré un camino en el desierto y ríos en la estepa." 


Algo nuevo anuncia Dios, y con Jesús, el Hijo de Dios hecho hombre, lo nuevo se hizo realidad.
¿Quién se habría imaginado que Dios se iba a hacer hombre? Nadie.
¿Quién de nosotros en la actualidad alcanza a dimensionar que Dios se ha hecho hombre y que eso tiene enormes consecuencias?
Dios se hizo hombre, sin dejar de ser Dios, y es como un camino en el desierto, como un río en la estepa, porque nosotros, los hombres, somos los que estamos en el desierto y somos el desierto, somos la estepa, y Él se ha acercado a nosotros para decirnos que Él nos ama, nos asume, nos defiende, nos atiende, nos perdona, nos transforma, nos rescata, nos acompaña, nos sana, hace nuevas todas las cosas.
Ese Dios encarnado también nos pide que nos encarnemos en nuestra ayuda a los demás, para que mientras nos elevamos hacia Dios, al mismo tiempo ayudemos a los demás para que se eleven a Dios, pero sin perder la encarnación. Es decir, al ayudar a los demás no hay que volar, sino bajar a donde están, poner los pies en la tierra, acercarse al dolor del otro, asumirlo como hermano, para rescatarlo de sus pecados y de los pecados que los demás o nosotros cometemos contra ellos, con una inmensa compasión por el que sufre y un inmenso amor por el que hace sufrir. 
Y eso es nuevo, porque la actitud humana más frecuente frente al dolor es la venganza, enmascarada muchas veces bajo el grito de "¡Justicia!". 
Y nuevo es también el modo del compromiso, porque el enemigo no es el pecador sino el pecado.
Nuevo también es el grado de paciencia y de humildad, porque lleva a sacrificarse por el otro, en la fidelidad del anuncio, fidelidad a Dios, al hombre, y a la verdad que hace libre.
Nueva es la madurez que pide en la relación con Dios, entrega sin edulcorantes, obediencia sin cuestionamientos, espera sin reclamos, confianza sin pruebas, adhesión sin escapar a la cruz.
Su amor se propagará por quienes se sumen.

martes, 9 de marzo de 2010

La Iglesia es de pecadores, y para los pecadores.

"Todos los publicanos y pecadores se acercaban a Jesús para escucharlo. Los fariseos y los escribas murmuraban, diciendo: «Este hombre recibe a los pecadores y come con ellos»." (Lc 15, 1-2)

La Iglesia es de los pecadores que se acercaron a Jesús para escucharlo. La Iglesia es para los pecadores porque Jesús quiere atraerlos a todos a su mesa, por eso él primero se acerca a nuestras mesas, comparte nuestra vida.
Lo imperdonable para nosotros los creyentes es hacer lo contrario a lo de Cristo: alejarnos de la vida de los otros, no verlos, no amarlos, no comprenderlos, no ayudarlos, no atraerlos hacia el Señor a quien hemos escuchado.
¡Cuántas expresiones nuestras deben ser corregidas! ¡Cuántos gestos nuestros debemos cambiar! Porque tantas veces hemos escuchado el dolor de la gente que cuenta que tal o cual los hizo sentir despreciables, echados, basureados, por abusos de los que nos decimos creyentes...
El mensaje de Jesús no es un mensaje de "Todo vale", "Está todo bien", como justificando los pecados. Por el contrario, lo dijo bien clarito: "En adelante no peques más" (Jn 8, 11). Pero nos amó hasta el extremo a todos los pecadores. Decirle, por tanto a alguien, que está pecando, las cosas de tal manera que entienda que el pecar le hace mal (y nos hace mal), para salvarlo, no es faltarle el respeto, sino por el contrario, un enorme gesto de amor, y más si no es simpático el hacerlo.
Se equivoca tanto el que destruye al pecador, como el que lo justifica. La misericordia no es ingenuidad, ni debilidad, ni ceguera. La misericordia otorga una nueva oportunidad después de denunciar lo que está mal.
En ejercer la misericordia la Iglesia va haciéndose santa, los creyentes nos vamos santificando.

miércoles, 3 de marzo de 2010

FRUTOS


Lc 13, 1-9: En cierta ocasión se presentaron unas personas que comentaron a Jesús el caso de aquellos galileos, cuya sangre Pilato mezcló con la de las víctimas de sus sacrificios. El les respondió:
«¿Creen ustedes que esos galileos sufrieron todo esto porque eran más pecadores que los demás? Les aseguro que no, y si ustedes no se convierten, todos acabarán de la misma manera. ¿O creen que las dieciocho personas que murieron cuando se desplomó la torre de Siloé, eran más culpables que los demás habitantes de Jerusalén? Les aseguro que no, y si ustedes no se convierten, todos acabarán de la misma manera».
Les dijo también esta parábola: «Un hombre tenía una higuera plantada en su viña. Fue a buscar frutos y no los encontró. Dijo entonces al viñador: “Hace tres años que vengo a buscar frutos en esta higuera y no los encuentro. Córtala, ¿para qué malgastar la tierra?”
Pero él respondió: “Señor, déjala todavía este año; yo removeré la tierra alrededor de ella y la abonaré. Puede ser que así dé frutos en adelante. Si no, la cortarás.”»
Jesús nos dice que podemos vivir y morir sin haber dado frutos, por eso advierte que la muerte puede venir sin darnos oportunidad de convertir nuestra vida para que sea como el evangelio nos enseña. ¿Y de qué nos va a servir haber vivido si perdemos la Vida?
¿Y qué frutos estará esperando nuestro Señor hallar en nuestra higuera, es decir, en nosotros? ¿qué acciones y qué actitudes espera encontrar? En esta cuaresma nos está removiendo la tierra y nos está dando su fuerza vital por su Espíritu en la Iglesia para que comprendamos qué tenemos que cambiar en nosotros.