“Justificados por la fe, estamos en paz con Dios, por medio de nuestro Señor Jesucristo.” (Rm 5, 1)
Estamos en paz con Dios no sólo porque Jesucristo, nuestro Señor, está mediando entre Dios y nosotros, ni sólo porque creemos en el amor de Dios y de Jesucristo, ni sólo porque tenemos fe en el perdón de Dios.
La experiencia de la paz con Dios es un don y una aceptación. Don de Dios, sin duda. Aceptación humana, sin duda, no sólo de la paz, sino de lo que consiguió la paz, que es la muerte del Hijo de Dios hecho hombre, Jesucristo el Señor. Aceptación de la vida nueva que nos dio, al derramar su Espíritu sobre nosotros. Aceptación de la nueva capacidad humana, por haber sido hechos nuevas creaturas, de llevar una vida santa; capacidad dada por el Espíritu que nos transforma interiormente, que nos renueva, que nos impulsa según el querer de Dios, capacidad de amar de modo nuevo a nosotros mismos, a los hermanos y a Dios.
La vida nueva del hombre es pura gracia. Aceptarla en fe nos hace justos, porque al aceptarla en fe nos adherimos a Dios que quiere obrar en nosotros y lo dejamos obrar. Por eso, la fe verdadera se vuelve obediencia, y la obediencia acata toda la ley de Dios que indica la forma de vivir de sus hijos.